Perú no iba a un Mundial desde España 82, y aquí en Riazor, el gran Mario Vargas Llosa glosó la derrota peruana ante Polonia del siguiente modo:
Por Mario Vargas Llosa
Hay partidos buenos, regulares, malos y pésimos, y partidos como el de Polonia, ese juego surrealista que consistía en asociar palabras con ayuda de la casualidad, lo que daba a veces delirantes absurdos y, a veces, de turbadora belleza.
Sin desmerecer en lo más mínimo el justísimo triunfo de los polacos, desde el comienzo del partido tuvimos la sensación de que el equipo peruano había salido resuelto a demostrar que no era capaz de acertar un pase, ni de ganarle la carrera a un adversario, ni de frenar un avance enemigo, ni de disparar con puntería, y sí, en cambio, muy capaz de encajar una retahíla de goles. Consiguió su objetivo, pero con grandes dificultades, porque en los primeros 50 minutos de juego –es decir, hasta el primer gol polaco–, compadecidos de los millares de peruanos que en las tribunas del estadio Riazor de La Coruña sudaban hiel, Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima y la Beatita de Humay mantuvieron cerrado el arco que defendía (¿defendía?), con más gritos estentóreos que con actos, el portero Quiroga.
A partir del minuto 50, cuando, c
on una cortesía exquisita pero exagerada, el zaguero Velásquez cedió el balón en la orilla de la zona de peligro a la delantera polaca, y,
como para no desairar tan simpático gesto, Smolarek se resignó a marcar el primer gol de su cuadro, la estrategia peruana empezó por fin a dar frutos. De no jugar nada que pudiera llamarse fútbol, mis compatriotas pasaron a hacer una conmovedora exhibición de masoquismo colectivo: se les torcían los tobillos, pateaban al aire, se obstruían uno al otro y en vez de perseguir la pelota, parecían evitarla.
QUIROGA EXTRAVIADO
Dos minutos después del primer gol, el veterano Lato batió por segunda vez el arco peruano, totalmente desguarnecido para la ocasión, pues Quiroga andaba extraviado, fuera del área chica. ¿Qué hacía lejos de su puesto? Según alguien, los tres palos y la red le dan claustrofobia y eso lo lleva siempre a adelantarse, a veces hasta media cancha, según otros, en esta circunstancia precisa, trataba de eludir el posible chapuzón de una nube negra que se había agazapado sobre su valla.
La seguidilla de tantos no acaba de dar una idea de lo que ocurrió en la cancha, porque los cinco goles pudieron ser seis, ocho. ¿Eran estos los mismos jugadores que hace apenas una semana derrotaron a Francia, a un combinado italiano en Milán, que empataron con Argelia en Argel? ¿Los mismos que ganaron su clasificación al Mundial derrotando a Colombia y a Uruguay? Lo eran, pero parecían unas caricaturas de ellos mismos.
LA ROSA, LA PARADOJA
La paradoja de la tarde fue, sin duda, que correspondiera marcar el gol de honor del equipo peruano al peor de los jugadores de la cancha, La Rosa, quien, antes y después de ese tanto, dio en todo momento la impresión de una dama en estado interesante, empeñada en evitar los encontrones, cargas, saltos, carreras y sobre todo la cercanía de la pelota, a fin de no poner en peligro al fruto de sus entrañas. Con la excepción de Olaechea que jugó con empeño hasta el final, sin dejarse desmoralizar por la superioridad de los polacos o la mala actuación de sus compañeros, el resto del cuadro dio, ante un público que lo había alentado sin tregua, un espectáculo lastimoso.
No siempre se puede ganar y no hay nada deshonroso en salir de la cancha con un resultado adverso, como lo demostraron ese mismo día los escoceses, que perdieron la clasificación ante los rusos, pero peleando como tigres hasta el último segundo y brindando un magnífico partido. Lo que nos apenó en el equipo peruano no fue lo mal que jugaron sus integrantes, sino su desintegración moral después del primer revés.
Nadie podrá decir del partido Italia-Camerún que se vio buen fútbol ni nada por el estilo, pero, al menos, el cuadro africano no se quebró ante una escuadra superior. Resistió sus acometidas con mucha dignidad y aplicó, con disciplina, la táctica fijada por su entrenador, que consistía en impedir la goleada por sobre todas las cosas, en conservar la virginidad de la valla de N’Kono.
Fue preciso el gol de Graziani para que los africanos abandonaran el sistema defensivo que los mantenía a todos –con excepción de Milla– replegados en su campo y atacaran. Así se produjo el gol de Mbida que levantó por unos minutos el interés del aburridísimo partido.
Como era de prever, el match fue un festival del guardameta camerunense, a quien, en realidad, no lo venció la delantera italiana, sino un resbalón. Camerún fue eliminado sin haber perdido un partido y con todos los honores.
Y, ahora sí, las Eliminatorias se han casi terminado. Comenzaron con batacazos y terminan en la normalidad, es decir, con los peces grandes comiéndose a los chicos y con los peces chicos haciendo sus maletas para volver a casa.
Confiemos en que la siguiente rueda en la que los peces grandes tendrán que comerse entre ellos nos ofrezca comilonas más opíparas que la que nos ha servido el Mundial hasta la fecha.
https://www.youtube.com/watch?v=07HR8wrkRas