Maravilloso final, sin salirse de lo tìpico, y me gusta como lo ha rematado ya que emn éste capítulo había unas cuantas cosas claras:
-Los que le traicionaron no iban a vivir tan tranquilos
-A Jack lo mataba walt
-A todd lo mataba jessie
-Walter moría
Luego había que ver quienes morian con metralleta y quienes con ricino y el guionista hasta se permitió poner un cebo falso con la conversacion en el vaance de haceu n par de capis diciendole walt a jessie que no fumase en el laboratorio
Una maravilla de serie cerrada de una forma estupenda
Os dejo una preciosa crónica que he encontrado por ahí
“Guess I got what I deserved, Kept you waiting there too long, my love, All that time without a word Didn’t know you’d think that I’d forget o I’d regret the special love I had for you, my baby blue” Los acordes empiezan a sonar y el corazón se nos para. Walter White, o mejor dicho, Heisenberg, reposa en el suelo de su amado laboratorio, con su camisa manchada de sangre. Y se acabó. Fin de la historia. Era el final que cabía esperar. No podía ser de otra manera. El hombre, el gran cocinero, no podía permanecer en este mundo, porque no merecía vivir, pero tampoco abandonarlo sin llevarse su pequeño trocito de victoria personal. “Lo hice por mí” le confiesa lo poco que queda del padre, del químico, del capo, a Skyler, a modo de despedida. “Me gustó. Era bueno en ello. Me sentía… vivo”. Todos sabemos que Walter es el perfecto ejemplo de la corrupción personal, el paradigma de lo que pasa cuando bailas con el mal con la esperanza de salir ileso. Pero sin duda alguna, Walter es rebeldía. Es libertad. Y por eso nos encantaba. Todos hemos soñado romper con las cadenas que nos atan a nuestra vida; pasar deslizándose sobre todo. Romper la barrera de la moral, de la sociedad y sus condiciones. Eso era Heisenberg en su plenitud. Por lo menos para mí. El maestro, cuando ve que todo se derrumba, solo le queda permanecer de pie y aceptar, por una vez, las consecuencias. No hizo todo esto por la familia. No desde hace mucho tiempo. El último recurso que le queda es afrontar la realidad y tratar de ajustar cuentas de la mejor manera posible. Y lo hace a su manera; a la manera del genio. Lo deja todo atado y colocado, y solo espera a que su plan se desarrolle tal y como él lo ha ideado. Es el director que prepara la puesta en escena del guion. A la vez, es el actor protagonista. Domina la mentira con una facilidad pasmosa, y la usa como parte de él para conseguir sus objetivos. Toca los hilos y coloca los efectos especiales necesarios y voilà. ¡Pam! Consigue que el miedo le entregue a Elliot y Gretchen en bandeja con sólo dos láseres. Con Badger y con Skinny Pete, que no dejan de ser nada más que herramientas. Se despide de su mujer, situándose a un par de metros de ella que en realidad parecen kilómetros, de su hija, y desde la distancia, de su hijo. Prepara sus cartas y marcha hacia la batalla, sabiendo que no hay escape, y que no le queda, ni quiere, otra salida que la de morir en pie o ser capturado. “Dilo. ¡Di que quieres esto! ¡No haré nada hasta que te escuche decirlo!” le reclama Jesse a esa figura que ha sido como un padre para él, pero que en vez de guiarlo se ha aprovechado día tras día, absorbiéndolo y usándolo como una pieza más de sus juegos; destrozando su vida en su imparable ascenso, en su obsesión por romper barreras. Cuando Walter, pretendiéndolo usar una vez más, admite buscar la muerte, su compañero de andanzas deja la pistola en el suelo y le grita “¡Pues hazlo tú mismo!”. Con estas pocas palabras, Jesse consigue por fin cortar sus ataduras con Heisenberg. El jefe se muere (aunque es curioso y, a la par, comprensible, que lo haga por intentar salvar a su joven ayudante), y él al fin ha conseguido desobedecer. Si, movido por la furia, hubiera presionado el gatillo, “el diablo” (5x11, Perro Rabioso) habría ganado de nuevo y se habría salido con la suya. Al cien por cien. En lugar de eso se marcha, huye del mundo en el que se ha visto obligado a vivir y vive, tal y como se merecía su personaje tras tanto dolor y sufrimiento. Y cuando todo por fin acaba, el cocinero se acerca al verdadero amor de su vida: el laboratorio. Mira, con una ternura casi paternal, a las máquinas que le permitían antaño hacer su magia; sujeta su máscara y la mira con tanto cariño que casi parece desear ponerse a cocinar mientras espera la llegada de la policía. Es lo único que queda del imperio que tanto empeño y que con tanto cuidado construyó. Los nazis están muertos, Todd está muerto (en una maravillosa y necesaria dosis de venganza por parte de Jesse) y Lydia era la receptora del ricino. La meta azul es su marca, su hija, su legado. Y morirá con él, porque así lo quiere. Es una muestra más de su orgullo. Cuando, una vez más y como tantas veces, vemos las palabras “Executive Producer: Vince Gilligan” aparecer en la pantalla, nos damos cuenta de que es el final. El final de algo maravilloso, a lo que apenas se le puede sacar fallos en el transcurso de 62 espectaculares episodios. Es algo tan transformador como la propia metamorfosis que relata la serie. Desde el profesor de química sometido hasta el criminal liberado. Hemos estado allí, observando un proceso perfectamente explicado y comprensible, pero también apasionador y fantástico. Ahora, en el suelo, en una escena tan parecida a la de su enloquecimiento en el sótano (4x11, Espacio del Arrastre), pero con un tono totalmente diferente, acaba la vida de Heisenberg; la de Walter H. White acabó hace mucho tiempo. “Sólo llévame a casa; Yo me encargaré del resto”